[Nota: ese artículo es una respuesta a este otro de mi gran amigo Gabri Ródenas, publicado en Zenda]
En realidad, a mi lo de Gálvez me da más o menos lo mismo. Quiero decir, en este país tenemos la costumbre de que las exposiciones sobre “cosas relacionadas con la ciencia” sean un coñazo máximo. Son exposiciones que normalmente tienen un enfoque crítico inexistente, abiertamente tecno-optimistas, que aceptan la ideología dominante de forma entusiasta y que suelen tratar a su público como imbéciles… la expo comisariada por Gálvez, por lo que he visto, no se sale de esta tónica.
Pero el caso es que esta exposición sí ha levantado cierta polvareda. No entre los historiadores de la ciencia (que no se sienten concernidos por estas cosas, pobrecicos míos, bastante tienen ellos con lo suyo), ni tampoco por los divulgadores científicos (que firmarían una expo como la de Gálvez con los ojos cerrados), sino desde el mundo del arte.
Los historiadores del arte, que sí se dedican a esto de comisariar exposiciones, han denunciado esta exposición en diversos medios de comunicación nacional. El principal argumento: que Christian Gálvez es un intruso, y que el único motivo por el que está al frente de esta exposición es porque es un rostro conocido.
Hay dos aspectos relevantes aquí: el primero es que, efectivamente, “ser un intruso” en algo no es ningún argumento, a no ser que pensemos que tenemos un cortijo y que podemos echar a tiros a quienes lo invadan. El conocimiento no debería funcionar así, y subrayo lo de “debería”. El segundo aspecto tiene más profundidad: tal vez un tipo (o tipa) que acaba de terminar su tesis doctoral sobre Leonardo (si lo hay) puede mirar esa exposición y pensar que él (o ella) tiene un proyecto de exposición mil veces mejor que ese. O tal vez no, pero en realidad da igual, porque él nunca podría acceder a los lugares en que se deciden estas cosas (tampoco ella). Nunca podrá presentar sus ideas ante aquellos (aquí sí, suelen ser “aquellos”) que toman decisiones porque no es nadie. Christian, sin embargo, puede acceder a esos espacios porque presenta Pasapalabra. Porque es conocido. Y eso vale mucho más que una tesis doctoral, por excelente que sea. La falta de transparencia y participación en las instituciones culturales de este país es un clásico.
Mi buen amigo Gabri Ródenas se centra, en su artículo en Zenda, en el primer aspecto. En efecto, coincido con él en que es muy triste escuchar a Catedráticos de Universidad hechos y derechos quejarse de que vienen “intrusos” a comerles la tostada. La Universidad ofrece a sus profesores (más si son catedráticos) una capacidad de intervención cultural inmensa. Si no lo aprovechas, es porque no quieres. Ahora no te quejes. No dice nada sobre lo segundo, pero intuyo que, en este caso, él estaría de acuerdo conmigo.
Sin embargo, hay una tercera derivada en toda esta historia, que también denuncian estos críticos y que Gabri no aborda: la calidad científica de la exposición.
El problema de la exposición de Gálvez no es que la haya hecho un intruso. Es que está mal. Según estos historiadores carece de rigor, hace afirmaciones sobre asuntos no contrastados y cuando menos discutibles, y además disfraza todo esto bajo una capa de efectos especiales que no buscan comunicar, sino impactar al público. Señalan que la exposición es mediocre y no aporta nada al conocimiento que ya tenemos sobre Leonardo. No sólo eso, sino que además hace pasar por ciertas cosas cuando menos cuestionables, como la famosa Tabula Lucana, si no abiertamente falsas.
Y esto es más serio. Porque Gálvez podría haber hecho una exposición excelente y hubiera acallado todas las críticas de “intrusismo”, pero parece que no es el caso. Es, sí, una exposición bien diseñada, con una buena imagen corporativa, y una excelente campaña de comunicación. Lo que falla, dicen los que la han visto, es su fundamento científico, no sólo en lo relativo al objeto de la exposición (Leonardo), sino también en los criterios expositivos.
Lo segundo podemos perdonarlo. Las exposiciones, en España, suelen ser un coñazo (no sólo las de ciencia, snif, snif), y gran parte de culpa tiene que ver con cómo se piensa que deben ser. Pero lo primero es realmente grave.
Nadie perdonaría una exposición comisariada por, por ejemplo, Txumari Alfaro que defendiese, es un decir, que la tierra es plana. Y que esta exposición estuviera pagada, en parte, con dinero público. Se montaría, y con razón, un escándalo. Los divulgadores y escépticos se lanzarían en tromba contra ese espectáculo “pseudocientífico”.
Este caso es igual. Christian Gálvez ha hecho una exposición que, dicen los expertos, no sólo no aporta nada novedoso a nuestro conocimiento sobre Leonardo (algo que no sería grave, en realidad, ya he dicho lo de las exposiciones y el coñazo), sino que muchas cosas de las que presenta son falsas. Pero claro, hablamos de historia del arte, o de la ciencia… de humanidades, en cualquier caso. Y ya sabemos que eso no es una cosa seria.
Así que Gálvez puede haber hecho una exposición “amigable”, pero también tramposa y embustera. Como George C. Parker vendiéndonos el Puente de Brooklin, o Tony Leblanc con el timo de la estampita.

Hay que encontrar vías por las que el trabajo que se desarrolla en la Universidad llegue al gran público. En esto estoy de acuerdo con Gabri y lo hemos discutido mil veces. Incluso hemos sido cómplices en algunos proyectos en los que intentábamos precisamente eso. En lo que no estoy de acuerdo es en que sean exposiciones como las de Gálvez la forma de hacerlo. Hay otras posibilidades mucho más interesantes, aunque no tengan celebrities que las apoyen.
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