Construir sobre significantes repletos. Derivas de la izquierda.

Frente al resurgir de opciones totalitarias, no cabe equivocarse: la mejor trinchera es la democracia.

No voy a intentar, en estas líneas, hacer un ensayo sobre la deriva de la izquierda en el último tercio del siglo XX. Pero si quisiera hacerlo, si mi intención fuera mostrar cómo la izquierda perdió la batalla por el corazón de… alguien, partiría de la excelente recopilación de textos de Stuart Hall que Lengua de Trapo editaba este pasado otoño. Pocos testigos más valiosos puede haber del derrumbe de la izquierda obrerista como este comunista, migrante, negro en la Inglaterra de Margaret Thatcher.

Pero no es mi intención hacer tal cosa.

Más interesante sería, tal vez, hacer una historia del fin de la clase obrera. No como algo definido en base a las realidades “materiales” (ya sea la posesión de los medios de producción, su encuadre en un sector productivo concreto, o su posición en un eje en relación con sus ingresos). Ni siquiera como algo definido culturalmente. No. Sino como sujeto revolucionario. Es decir, el momento en que ese sector de la población que gana menos de X al año dejó de creer que tenía que hacer la revolución (si alguna vez creyó tal cosa) y empezó a pensar que lo suyo, en realidad, era intentar “prosperar” en la vida. Esa cosa tan simple que es intentar que tus hijos no tengan que trabajar en la misma mina/fábrica/taller/comercio en que tu tuviste que trabajar. O intentar llegar al final de tu vida con una casa en propiedad, un coche y un apartamento en Torrevieja porque, joder, bastante hemos currado ya y total, la vida son cuatro días.

Pero tampoco es mi intención hacer esta historia (aunque si la hiciera, el libro de Hall también sería de gran ayuda).

Y no lo es porque, en realidad, a mi esta lucha de la izquierda entre obreristas y culturalistas me importa una higa. Si no entienden que en el fin de la clase obrera intervinieron tanto causas materiales y como culturales que actuaron de forma conjunta e indisoluble, allá ellos. A mi lo que me interesa es que haya un partido político en España capaz de detener la deriva reaccionaria y de conseguir que se hagan “cosas” que enfrenten los grandes problemas de nuestra generación, y más concretamente al cambio climático, que es la gran amenaza que nos toca conjurar. Si es que es todavía posible. Para lograr este objetivo es necesario que mucha gente vote a ese partido, y acabo así de descubrir la pólvora.

Más complicado es saber cómo lograrlo, claro.

En esas están ahora mismo algunos sectores de la izquierda. No en el socialismo, que está esperando a que escampe sin más (esto es: que Podemos termine de fastidiarla), sino entre dos corrientes dentro del partido de Iglesias y que, para hacerlo sencillo, llamaremos la corriente republicana y la corriente nacional. Suena bien, ¿verdad? ¿Cómo no se le habrá ocurrido antes a nadie?

Pero volvamos a lo nuestro. Ambas corrientes quieren lo mismo: que las gente les vote. Y ambas participan, con matices, de la misma idea que podríamos llamar “post-marxista” o “populista”: necesitamos significantes vacíos. Esto es: significantes sin “significado”, que debemos ser capaces de “rellenar” con aquellos significados que aglutinen el mayor número posible de “demandas”, de forma que un mayor número de personas se vean reflejados en él (por lo que se vuelve “hegemónico”) y les voten.

Esto, así muy a lo bruto, es la teoría laclausiana del significante vacío.

Bien, pues ahora viene algo que os va a sorprender.

La corriente que he llamado “republicana” ha optado por abrazar el significante “república”.

Y la corriente que he llamado “nacional” (aunque ellos tal vez preferirían “nacional-popular” o “patriotas”), el significante “nación”, que alternan con el de “patria”.

Los primeros vienen liderados por Iglesias, controlan el partido y tienen a su disposición los medios de este. Así, por ejemplo, esta Navidad han lanzado, bajo el hastag #FelizNochedeReyes, un video en el que diversos diputados del grupo parlamentario Unidas Podemos (encabezados por el propio Iglesias), hablaban de su “carta a los reyes”, en referencia a la petición que han hecho al rey emérito Juan Carlos para que comparezca voluntariamente en el Congreso. Este video forma parte de una línea de trabajo del partido, que consiste en cuestionar la monarquía como paso previo a la defensa de un futuro republicano para España.

Esto es lo que sostenía, en un artículo publicado en noviembre de 2018, el responsable de comunicación del partido Juan Manuel del Olmo. El artículo, titulado La nueva república que nació el 15M, se abría con la siguiente afirmación: “La monarquía no tiene futuro, España sí”. Y ya casi en la conclusión:

“No solo en el ámbito institucional, sino en la neta defensa de lo público, se podía vislumbrar las semillas de un nuevo republicanismo español del siglo XXI. Una República que recoja y proteja a los abandonados y golpeados por la crisis económica, a quienes las instituciones dejaron de representar, que defienda el Estado social además de los bienes comunes. En el 15M floreció también un nuevo republicanismo moderno y avanzado”

Sigamos. En el otro lado están los “nacionales”. A la cabeza (sorprecha), Íñigo Errejón. A su disposición, los medios de la candidatura a la Comunidad de Madrid y todo un grupo de intelectuales (filósofos, politólogos, historiadores, etc.), que se han empeñado en reivindicar la idea de nación. Clara Ramas es una de ellas y a esto dedicó una serie de cuatro artículos en CTXT preñados de citas y teoría política (una crítica aquí). Pero es Errejón el que lo dice más claro en una entrevista publicada en La Trivial: “[…] queremos hegemonizar la nación para representar a la nación entera. No queremos representar a la izquierda”.

El problema de ambas corrientes es tan evidente que ellos mismo lo conocen, y se esfuerzan por remediarlo: ninguno de esos significantes está “vacíos”.

No ha sido muy difícil darse cuenta, claro. El mero hecho de que yo haya distinguido entre un bando “republicano” y otro “nacional” y que todos hayamos pillado la broma nos sitúa en el lugar adecuado: ambos términos están cargados. O, como podríamos decir con Freud, están sobredeterminados: remiten a elementos múltiples, que se pueden organizar de formas diferentes y, qué cosas, coherentes. Así, cuando yo escucho “república” pienso en libertad, igualdad y fraternidad. Y cuando lo hace mi vecino del tercero piensa en comunistas quemando iglesias y violando monjas. Y ambos significados son coherentes. Lo mismo pasa, y ya lo siento, con el de “nación”.

Como digo, ambos “bandos” son conscientes de esto, así que han apostado por “resignificarlos”. La idea vendría a ser: no tenemos significantes vacíos, así que vamos a coger estos que nos molan (a cada uno por un motivo biográfico/intelectual/militante distinto) y vamos a sacarles el relleno para poner cosas chulas dentro. “Cosas chulas” que, además, se parecen mucho: igualdad, feminismo, ecologismo…

No seré yo el que niegue que se trata una tarea que merece la pena llevarse a cabo. De hecho, me parece una gran noticia el intento de recuperar una historia popular, contestataria, revoltosa de España. Otras cosas (como lo de “reclamar la bandera”) la verdad es que me da más igual. Pero este no es mi principal reparo. Lo que yo critico a estas propuestas es que son muy complicadas. Demasiado complicadas para el tiempo que tenemos.

Lo interesante de la idea del significante vacío es que te permite un rápido acceso a la disputa del sentido común (de la hegemonía). Esto es: te permite llegar a mucha gente, atraerlos a tu proyecto, en un espacio de tiempo relativamente corto (sí, lo del núcleo irradiador). Si se hace bien, como hizo el primer Podemos, los efectos son inmediatos.

Esta ventaja desaparece cuando intentamos hacer lo mismo con significantes “cargados”. Porque tienes que hacer el trabajo previo de vaciarlos, de decir: “no, mire, cuando yo digo nación no digo eso, ni esto, ni aquello otro”. Y luego, si lo consigues, poner lo tuyo y entonces disputar. Porque habrá otros que también quieran “poner sus cositas”: No hombre, no. Los toros me los dejas ahí. En lo de nación.

Y lo mismo pasa con el de república. No nos llamemos a engaño (¿dónde pongo a las monjas violadas y a los curas emasculados y quemados?).

Debemos darnos cuenta de que no tenemos tiempo para este juego y plantearnos si es que no hay significados “vacíos” que podamos usar. O al menos, no tan polarizados.

Tal vez tengamos que hacer caso a Juan Manuel del Olmo. ¿Y si miramos al 15M? Pero miremos de verdad al 15M. No a lo que queremos que sea el 15M.

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Esa fotografía es la cabecera de la manifestación que tuvo lugar el 15 de mayo de 2011 en Madrid, que terminó con la acampada de 40 personas en Sol y ya sabemos lo que siguió. La pancarta es bastante clara: Democracia Real Ya.

Este era el nombre del colectivo que la convocó, pero también el “significante” que aglutinó la primera ola de indignación. Lo que se quería era democracia. Mejor democracia. Más democracia. Otra democracia.

¿Hemos agotado el potencial de este “significante”? En mi opinión, no. De hecho, está mucho mejor posicionado para convertirse en aglutinante de voluntades que los otros dos. Primero, porque no levanta pasiones encontradas: todos estamos a favor de la democracia. Todos queremos vivir en democracia. Y si no, estás fuera del terreno de juego. Segundo: porque “democracia” se vincula a valores aceptados por todos, como igualdad y libertad. Y a partir de aquí es posible generar ya no contenidos para este significante que, si no está vació, al menos no está colmado, sino todo un programa de gobierno consistente en políticas públicas encaminadas a fortalecer nuestra democracia.

Claro, ahora el tema sería: ¿y cómo definimos democracia? ¿Es democracia votar cada cuatro años? Bien, vamos a debatirlo. No es tan difícil. Seguro que podemos encontrar algo que nos guste a todos (o, al menos, que sea útil). Un ejemplo (nada polémico, pero muy potente para nuestro país) podría ser este. Por supuesto, habrá que disputar. La política es también (otros dirían sobre todo) antagonismo. Pero lo haríamos en un terreno más propicio. Y saber escoger el terreno, a la hora de la batalla, es fundamental.

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