De sacrificio, cuidado y comunicación

Ayer, en la facultad, Lucía Hernández, egresada inspiradora, nos ofreció una charla maravillosa en la que, junto a recuerdos y memorias, nos lanzó dos ideas principales: la importancia de la pregunta y la comunicación como cuidado. Ambas ideas son, sin lugar a dudas, importantísimas tanto para su oficio como para el nuestro, y casi estaría tentado a decir que, en realidad, la vocación sigue siendo la misma en ambos casos: la de preguntar.

Preguntas, eso sí, que no sean fake. Este fue el primer acierto de Lucía, el señalar que no todo lo que parece una pregunta lo es. Que a veces las preguntas buscan otras cosas: comprometer, poner en entredicho, señalar a un colectivo… las preguntas falsas no buscan conocer, buscan otras cosas (y aquí está todavía el camino expedito para investigar).

La segunda idea, que Lucía quiso relacionar con la anterior, es bastante más arriesgada. La comunicación como cuidado. No la comunicación interpersonal, en la que casi podríamos decir que es bastante común incluir elementos de cuidado (no decir a una madre detalles dolorosos del accidente donde ha muerto su hijo, por ejemplo, en el caso de un médico) que todos reconocemos fácilmente, sino en la comunicación pública, en el periodismo. Y aquí, tal vez, no nos parece tan evidente. ¿Debimos evitar las fotos de los cadáveres en el Palacio de Hielo durante la última pandemia de COVID? Algunos sostuvieron que sí, apelando a la necesidad de fortalecer a un colectivo que estaba pasando momentos durísimos. Otros, en contra, sostuvieron que no, apelando, en su caso, a la necesidad de que ese mismo colectivo conociese lo que nos estábamos jugando.

Es en este contexto en el que, en el turno de preguntas, le planteé a Lucía la posibilidad, que he sostenido en otras ocasiones, de entender el cuidado como un sacrificio. No, desde luego, como el chantaje aquel que imponían nuestras madres, yo me he sacrificado por ti, lo he dado todo por ti. No, esto no era más que el reflujo autojustificatorio (enseñado, por tanto) de la opresión patriarcal a la que se habían visto sometidas toda su vida, y que entendía la relación sexual como sacrificio, y a este, por tanto, como sumisión. No. No se trata de eso.

Tampoco, como señaló un compañero del claustro, entendido como coste de oportunidad, una medida económica que no sirve sino para fines contables.

Cuando digo que el cuidado es un sacrificio lo que señalo es una estructura de la experiencia compartida culturalmente y que tan bien analizó Marcel Mauss y Henri Hubert en su conocido ensayo sobre el sacrificio . ¿Qué es un sacrificio? Un ritual por el cual dos esferas, la sagrada y la profana, se ponen en contacto. Es decir: se establece una comunicación. Pero para que se cree ese vínculo, es necesario sacrificar, inmolar algo. En el proceso sacrificial el oficiante no sale indemne: él o ella también pierde algo. También se ven modificados por esa comunicación, por esa mediación. Veamos un ejemplo.

Si pensamos en ello, los rituales no son sino un conjunto de actuaciones altamente codificadas que se repiten, prácticamente inalteradas, en momentos distintos para asegurar la consecución de un fin. Pensemos en el más común de los rituales: pedir algo a la divinidad mediante una ofrenda. Una forma de comportamiento tan antigua como el ser humano, que tiene en la Odisea uno de sus ejemplos más conocidos, con el sacrificio que Néstor ofrece a Atenea (canto III, vv. 418 y ss.), y que sigue pasos tan precisos como conocidos por todos los que asisten al mismo: cubrir de oro los cuernos de la víctima, recoger el agua y la cebada, lanzar al fuego unos pelos de la becerra para invocar a Atenea con una plegaria y entonces, y solo entonces, romperle el cuello con un golpe de hacha. Empezará luego el despiece, la separación de cada parte de acuerdo con quién la consumirá (los dioses o los hombres) y la iniciación por fin, del banquete en presencia de la diosa.

Gracias a la muerte del becerro –siguiendo, eso sí, un orden muy concreto–, Néstor es capaz de conectar con la diosa Atenea, que baja a disfrutar del banquete entre nosotros. El sacrificio cumple así su finalidad: Néstor ha logrado vincular a la diosa con la comunidad y a esta con él mismo, aunque para ello haya debido perder (sacrificar) parte de su patrimonio.

En nuestras sociedades laicas el sentido religioso del sacrificio se ha perdido para muchos de nosotros, pero la estructura, el rito, permanece. No es necesario buscar en aquellos lugares más escabrosos o dolorosos para darse cuenta. Los sacrificios, hoy día, no se ofrecen a los dioses, sino a otros que amamos. Sacrificamos, para ellos, aquellas cosas que son importantes para nosotros –la más frecuente: el tiempo–, porque pensamos que, de esta forma, le estamos haciendo un bien. Sacrificamos las mañanas de los sábados por nuestros hijos, las de los domingos por nuestros padres. Y lo hacemos porque, así, conectamos. Reforzamos nuestros vínculos con aquellos a los que amamos, que ya no son los dioses, pero a los que también queremos cuidar

Cuidar, entendido como sacrificio, es, sobre todo, vincularse. Y cuando te vinculas, cuando te conectas, comunicas.

Volvamos al periodismo, a la comunicación. Si aspiramos a convertir la comunicación pública en una herramienta de cuidado, deberemos hacernos dos preguntas: la primera es, si aceptamos lo que acabo de exponer, qué sacrificaré para lograrlo. Y la segunda, profundamente vinculada, a quién quiero cuidar.

La primera es fundamental si lo que queremos es un cambio radical en la práctica periodística. Si el periodismo puede ser herramienta de cuidados y hasta ahora no lo ha sido, hay algo en esa práctica que lo impedía. Habrá que localizarlo, eliminarlo y cambiarlo por otra cosa. Y puede ser que sea algo muy valioso para nuestra comprensión actual del periodismo. ¿Qué vamos a sacrificar para cuidar a…?

¿A quién queremos a cuidar?

Este es otro aspecto fundamental, porque no es lo mismo sacrificar en aras de Atenea que hacerlo en aras de tu hijo de 3 meses (por el que sacrificas tu sentido del olfato). ¿Con quién quiere el periodismo vincularse? ¿A quién quiere cuidar? Aquí, no lo elaboraré, puede ser relevante el debate, del que pronto se cumplirán 100 años, entre Lippmann y Dewey.

Y aquí lo dejo.

Esto es lo bueno de tener amigas inteligentes, que nos incitan a pensar.

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