La cólera de Aquiles

Harto de tanta política, he decidido compartir esta vez un fragmento de un librito que estoy escribiendo y que tendría por título provisional “Emociones: una historia para científicos… y otra gente”. Es un libro de divulgación, como se puede intuir por el título, así que no esperéis profundidades académicas, aunque sí superficialidades teóricas. Y ya sabemos qué decía Nietzsche: “¡Para eso hace falta quedarse plantado con gallardía en la superficie, en los pliegues, en la piel, en el Olimpo entero de la apariencia! Esos griegos eran superficiales… por profundos”


“Canta, oh Musa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos”.

Así se inicia, en la muy conocida traducción clásica de Luis Segalá, la obra clave que, para muchos, daría inicio a la historia de Occidente. Si así fuera tendríamos que acordar, entonces, que el nacimiento de nuestra cultura se produjo en virtud de un golpe de cólera, en mitad de una guerra. Ambos acontecimientos, además, a causa de sendas disputas acerca de la propiedad de dos mujeres: si la huida de Elena junto a Paris, abandonando al que era su marido, Menelao, causaría la Guerra de Troya, en el caso de Aquiles será la decisión de Agamenón de quedarse con Briseida, arrebatándosela al hijo de Peleo.

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Busto de Helena de Troya, por Antonio Canova (1819), Victoria & Albert Museum.

Cólera, por tanto, siente el héroe, cuando le arrebatan su esclava ganada en combate. Igual que nosotros sentimos cólera ante otras injusticias de nuestra vida. Pero… ¿es exactamente así? ¿Es cólera lo que siente Aquiles? ¿ O tal vez sea otra cosa? Eso pensaba Agustín García Calvo, que no era cólera, sino otra cosa, y así lo dejó publicado en su versión rítmica de la Iliada, que inicia así:

¡Canta, diosa, la ira de Aquiles, el de Peleo!,

ira maldita, que echó en los Aquivos tanto de duelos

¿Cólera o ira? ¿Cuál de ellos será el término que mejor describa el estado de ánimo de Aquiles? ¡Buena pregunta! ¿Pues no son sinónimos? ¿No significan ambas exactamente lo mismo? Desde luego, eso nos dicen los diccionarios:

Ira: Sentimiento de indignación que causa enojo.

Cólera: Ira, enojo, enfado.

No está de más señalar que el diccionario de la RAE no es, precisamente, uno de los mejores diccionarios del mundo. Sí lo es, y con diferencia, el María Moliner, aunque en esta ocasión no se aparta mucho del de la Academia:

Ira: […] “Cólera, furia, furor, rabia”.

Cólera: “Furia, ira”. Enfado muy violento en que el que lo experimenta grita, se agita y se muestra agresivo.

No tendría sentido por tanto la distinción. Ambas palabras significan lo mismo, al menos a nuestros ojos. Y es aquí donde debemos introducir una primera cuña que nos ayude a crear una pequeña fisura. Una cuña que tiene forma de pregunta: ¿Y para ellos?

¿Significaba lo mismo para ellos? ¿No habría diferencia entre una y otra palabra para Aquiles? ¿Se vería reflejado en ambas? ¿O hubiera preferido una sobre otra? ¿O, tal vez, ninguna de ellas? ¿Podemos, en realidad y en justicia, afirmar tajantemente que la emoción que embargó a Aquiles al serle arrebatada Briseida era idéntica a lo que nosotros llamamos ira? ¿Qué un muñequito rojo, que habitaba el cerebro de Aquiles, empezó a echar fuego por su cabeza?

Sinceramente, no lo creo.

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Representación de la ira en la película de Disney “Inside out” (2015).

Sólo debemos comparar la definición de “cólera” del María Moliner (“Enfado muy violento en que el que lo experimenta grita, se agita y se muestra agresivo”) con lo que Homero cuenta que sintió a Aquiles:

Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón discurrió dos cosas: ó, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, ó calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su mente y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Minerva del cielo: envióla Juno, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente á entrambos y por ellos se preocupaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose á él tan sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, volvióse y al instante conoció á Palas Minerva, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible.

No nos dejemos despistar (no, al menos, todavía) por la intervención de la diosa. Lo interesante está en la primera línea. En ese “discurrió”. ¿Cómo que discurrió? ¿No escapa esto de lo que solemos pensar que es una emoción como la ira? ¿No pensamos en una explosión que borraría toda racionalidad? La ira forma parte de lo que, como luego veremos, en la actualidad llamamos “emociones básicas”, junto a otras como el miedo, el asco, la tristeza… Emociones que funcionan de forma automática, como un resorte que nos permite adoptar una respuesta rápida ante una amenaza. Pero Aquiles toma aquí una decisión: que la cólera le invada. Como señala Homero, podía haber optado por “reprimir su furor”, pero se dejó llevar por él. La experiencia de Aquiles, por tanto, empieza a divergir de la nuestra. Sí, también nosotros somos capaces de reprimir nuestra cólera, pero es algo que ocurre a posteriori. Para Aquiles, sin embargo, se trata de una decisión previa: ¿dejo que la ira me embargue o reprimo mi furor? Pero hay otra diferencia, que hemos dejado a un lado: la presencia de la diosa.

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Minerva con casco sosteniendo un pequeño búho. Mármol y ónice dorado, siglo II d. C. y restauraciones del siglo XVIII. El cuerpo de ónice es una copia del tipo de Hera Borghese; la estatua fue restaurada como Minerva mediante la adición de una cabeza y brazos de mármol. Museo del Louvre (Fuente: Wikipedia).

En efecto, una vez que Aquiles decide sacar su espada y acabar con Agamenón, es la presencia de Minerva (Atenea), enviada por Juno la que lo detiene, la que reconduce su cólera. Estaríamos tentados de ignorar este hecho. Estamos atrapados por la costumbre de distinguir entre nosotros los modernos, y ellos los antiguos. De despreciar como ignorancia o superstición otras formas de intentar explicar el mundo. La modernidad, decía un antiguo profesor, fue un guante de hierro que cayó sobre el mundo y que nos dijo que sólo lo que cabía dentro de su puño era real. Nosotros no debemos caer en esa trampa.

No, claro. No digo que debamos creer que los dioses se aparecían a los antiguos griegos para mediar en sus disputas. Pero sí que debemos tomarnos en serio lo que nuestros antepasados nos cuentan sobre su experiencia emocional, por extraño y lejano que pueda parecernos. ¿A qué se refiere Homero cuando señala que la diosa es la que calma a Aquiles? No podemos saberlo. Pero tampoco podemos despreciarlo sin más. Es necesario que intentemos, con todas nuestras fuerzas, pensar en un mundo en el que son los dioses los que intervienen en nuestras vidas.

En cualquiera caso, todo esto apunta en la misma dirección: ni ira ni cólera son, por lo que parece, formas apropiadas de referirse a aquello que sentía Aquiles. ¿Cómo llamarlo, entonces? Volvamos a los diccionarios.

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