Zenobia

Hoy, 28 de octubre, se cumplen 63 años de la muerte de Zenobia Camprubí. Si has venido aquí por el hilo de twitter, ya sabes qué fue de su vida. Ahora te contaré algo sobre sus últimos días en Puerto Rico. Lo que viene a continuación es un fragmento de un manuscrito que anda por diversas editoriales buscando su suerte. Su nombre: ZENOBIA. Amor, cuidados y exilio.


Pronto, sin embargo, surgirán nuevas preocupaciones. El 1 de marzo de 1956 Zenobia escribía en su diario: «Me voy cansando bastante de esta vida en la que no me veo ni un momento libre de dolor. Por las mañanas, Universidad, y por las tardes cama aun cuando no dejo de trabajar mientras estoy en ella»[i]. Durante los primeros meses del año, a Zenobia le diagnosticaron una infección uterina por hongos tropicales. A consecuencia de esa infección y de su tratamiento, se había sentido muy débil, pasando muchos días sin salir de la cama. Esta infección, si en realidad era tal cosa, no será sino el preludio a una nueva aparición del cáncer. El 10 de marzo nos confirma que tiene por delante «otra temporada de lucha»[ii] y que la semana siguiente empieza un nuevo tratamiento de rayos. Si en las ocasiones anteriores las sesiones de rayos habían sido un inconveniente que no había limitado sus actividades diarias más que dentro de un límite razonable, esta vez las cosas irán mucho peor, como vemos en la siguiente carta que envía a Ginesa Aroca, a los quince días de iniciar el tratamiento:

Acabo de regresar a casa desde el hospital, en donde me he estado dando tratamientos de Rayos X, y ahora sigo dándomelos ambulantes. Apenas me puedo incorporar, de momento, y continúo llena de llagas y con un exacerbamiento de nervios regular pues ni puedo ir a la Universidad ni adelantar la antología […] Usted no puede figurarse lo que es estar aquí clavada en cama con todo desatendido, que no puedo hacer un recado, que dependo de los buenos amigos para hacer la menor cosa y que está la biblioteca desatendida y J.R., por falta de estímulo diario de trabajo[iii].

Una situación que confirma en su diario, apenas dos días más tarde: «Sigo después del 6.º tratamiento sin mejoría perceptible. Gracias a las tabletas de aspirina y codeína mezcladas, que me dio Olleros, duermo cada mañana, un poco más tarde. Mi estado de ánimo, derrotista»[iv]. En este estado, la sala sigue cumpliendo sus funciones, algunas de ellas incluso de forma más urgente:

Después del tratamiento de ayer, escapé en un taxi para la Universidad, en donde dejé todo arreglado para poner en práctica el plan de Onís de ir con J.R., llevados en el auto de una alumna de Onís. Vi a las Sras. Vázquez y Mercado para darles las gracias por sus flores, a la Sta. R Maura, y a 3 o 4 estudiantes. Físicamente lo pasé bastante mal y se me aumentó la hemorragia, así que hoy no volveré, pero si voy 2 o 3 veces por semana, no queda todo detenido; y todo se va adelantando aun cuando sea lentamente. Lo más importante es que J.R. no siga tan aislado[v].

La necesidad de Zenobia de ir a la biblioteca es, si cabe, más palpable en estos días de 1956 que lo que había sido en el año anterior. Hay algo a lo que se niega Zenobia, y es a que el cáncer le arrebate la sala, porque al hacer esto le arrebata, en primer lugar, el futuro, en la forma del trabajo que está llevando a cabo allí. En segundo lugar, le arrebata el entramado de amistades que se había entretejido a su alrededor. Y, en tercer lugar, amenaza la frágil mejoría que Juan Ramón había experimentado. Es por eso que lucha con sus médicos para que estos le permitan ir a ocupar su lugar, algo que, finalmente, consigue el 29 de abril: «[…] Yo sigo con los rayos X, que me tienen asada y frita, pero esta próxima semana me dejan hacer [continúa en margen] la prueba de ir a sentarme en nuestro estudio de la UPR tres días por semana, menos horas» [vi].

La lucha de Zenobia con sus médicos no se limita tan solo a que le permitan visitar su sala. Desde el primer momento, Zenobia no se encuentra cómoda con estas nuevas sesiones de rayos X, y pronto descubre, muy a su pesar, que la descoordinación entre sus médicos es total, hasta el punto de que el radiólogo no ha sido informado por su médico de que ya había recibido rayos anteriormente[vii] y de que difieren en la cantidad total de rayos administrados[viii]. El 19 de mayo, cuando, según Franceschi, el tratamiento ha terminado, ha recibido 8000 R. Las quemaduras, según el propio doctor, han sido «bárbaras y brutales»[ix]. La visita al médico se convierte en un suplicio[x]. A finales de mayo de 1956, Zenobia se encuentra en una situación límite: sufriendo terribles dolores por las quemaduras, debilitada hasta extremos inimaginables, con persistentes problemas intestinales y dolor en el recto. Zenobia desespera: «Ayer continué encontrándome tan mal que me costaba trabajo pensar en continuar en la vida y sólo el recuerdo de J.R. y de su trabajo inacabado era como un remordimiento de conciencia»[xi]. Pero si Juan Ramón puede ser una razón para vivir, también constituye, otras veces, una fuente de desconsuelo: «La tensión dolorosa en que estoy me hace muy difícil soportar la contradicción constante de J.R.»[xii]. Es en estos momentos cuando el papel de la sala como refugio emocional de Zenobia se hace más palpable:

«Ayer fue un día de sufrimiento tan intenso por las quemaduras, que desistí de ir a la Universidad y además me quedé sin correo, precisamente cuando más falta me hacía distraerme»[xiii].


[i] Diario 3, 1 de marzo de 1956, p. 267. Ese mismo día escribe a Ginesa Aroca confirmando la recepción, finalmente, de los hierros forjados para la mesa.

[ii] Diario 3, 10 de marzo de 1956, p. 273.

[iii] Camprubí, Epistolario I. Cartas a Juan Guerrero Ruiz. 1917-1956, 1386-87. Carta fechada el 2 de abril de 1956.

[iv] Diario 3, 4 de abril de 1956, p. 286.

[v] Diario 3, 6 de abril de 1956, p. 287.

[vi] Camprubí y Palau de Nemes, Epistolario. 1948-1956, 214. Carta fechada el 29 de abril de 1956.

[vii] Diario 3, 12 de abril de 1956, p. 290.

[viii] Diario 3, 22 de mayo de 1956, p. 313-14.

[ix] Diario 3, 19 de mayo de 1956, p. 312. Los informes de los doctores sobre la cantidad de rayos recibida por Zenobia varían. Franceschi, como vemos, señala 8000 R. Díaz Bonnet, el radiólogo, la llama el 22 de mayo para citarla a una nueva sesión, ya que, según sus notas, solo ha recibido 4900 R. Atormentada, Zenobia acude a un tercer médico, el doctor Landrón, que, tras revisar los historiales, calcula una tercera cifra: 6690 R (Diario 3, 30 de mayo de 1956, p. 318). Zenobia se encuentra desesperada: «El golpe moral para mí es peor que el físico, y ya es decir», Diario 3, 22 de mayo de 1956, p. 314.

[x] «Día de visita a Fr, día de tortura para mí […] Volví a casa más muerta que viva», Diario 3, 11 de mayo de 1956, p. 306.

[xi] Diario 3, 29 de mayo de 1956, p. 317.

[xii] Diario 3, 27 de mayo de 1956, p. 316.

[xiii] Diario 3, 20 de mayo de 1956, p. 312.

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