Buenas noches, Lucía:
El pasado viernes 16, en Francia, el profesor de historia Samuel Paty, de 47 años, era decapitado por un joven musulmán, de origen checheno nacido en Moscú, de tan solo 18 años.
No importa cómo contemos esta historia, que siempre será terrible, pero sí hay algunos aspectos que debemos conocer, porque son importantes. En primer lugar, el motivo de este terrible asesinato: Samuel Paty, en una clase sobre libertad de expresión, enseñó las caricaturas de Mahoma, publicadas por el Charlie Hebdo, y que motivaron el atentado terrorista de 2015 en el que se asesinaron a 12 personas. Samuel Paty fue especialmente cuidadoso. Avisó a los alumnos de lo que iba a ocurrir y permitió a los alumnos musulmanes que quisieran abandonar la sala. “Esto puede resultaros ofensivo”. De poco sirvió la precaución, porque algunos padres, ofendidos, vinieron a protestar al director del colegio. Esto es importante. El colegio apoyó al profesor. No hubo un paso atrás del Estado francés, que en ese momento era representado por el director del colegio. No se claudicó ante la presión de los padres, que solicitaban la renuncia del docente. Ni siquiera cuando se subió a las redes un video acusando e insultando al profesor. La educación laica es una cosa muy seria en Francia, y la escuela pública, la garantía de que los niños pueden acceder a cosas (como el derecho a la libertad de expresión) que sus padres no querrían que conociesen. A Samuel Paty lo mataron, y esto tenemos que decirlo, por intentar proteger a unos niños de sus padres. Por intentar protegerlos de las ideas reaccionarias y del extremismo.
El asesinato de Samuel Paty ha intentado ser utilizado para atacar, una vez más, a la comunidad musulmana francesa y para criticar las políticas de inclusión. Para decir que ¡¡“somos blandos”!! y que por eso vamos a “perder la guerra”. Sólo un indocumentado puede decir esto. Basta darse una vuelta por los banlieu de Paris o Marsella para darse cuenta de que el problema no es un exceso de políticas de integración, sino todo lo contrario: el abandono que las segundas y terceras generaciones de inmigrantes han sufrido por parte de la República, recluidos en guetos en el extrarradio, golpeados por la crisis económica de 2008 y la del COVID19, que ha hecho aumentar la pobreza y los abusos policiales, como denunciaba el colectivo Aclefeu en marzo. Una asociación fundada, precisamente, en 2005, tras las revueltas por la muerte, a manos de la policía, de los adolescentes Zyed Benna y Bouna Traoré, que desembocó en protestas y algaradas en todo el país.
Europa tiene un problema con la migración, y el asesinato de Samuel Paty lo pone en el primer plano. Un problema con la migración que se convierte en un problema con el integrismo. No porque, como dicen algunos, “vengan terroristas” escondidos entre refugiados o en las pateras. Sino por el fracaso de nuestras sociedades para extender nuestro modo de vida y nuestros valores a estos migrantes, que se sienten excluidos y apartados, y que se vuelven hacia aquellos que les prometen una comunidad donde sentirse recibidos. Frente a esto, no se trata de darles “paguitas”, como dicen algunos, sino de dejarles formar parte de nuestro mundo. Y eso no lo estamos haciendo. Ni en Francia, ni en Moria, ni aquí, en nuestra Región.
Samuel Paty murió intentado enseñar a sus alumnos los valores republicanos, los valores que nos convierten en ciudadanos libres, iguales y, no lo olvidemos nunca, que nos hermanan. Renunciar a seguir intentándolo, endurecer las fronteras, criminalizar a los jóvenes… sería traicionarlo. Su terrible asesinato, que condenamos con todas nuestras fuerzas, nos debe reafirmar en nuestros valores. Podemos darle la vuelta a esto. Podemos crear vínculos entre los ahora excluidos y el interior de nuestro colectivo, con nuestra comunidad. Pero para eso hay que remangarse y ponerse a trabajar.
Un abrazo, Lucía. Seguimos.
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