Querida Lucía,
Espero que estés bien. ¡Fíjate cómo son las cosas! Yo tenía previsto escribir esta semana una reflexión en defensa de los políticos. Sí, oyes bien, de los políticos.
Llevábamos unas semanas terribles, en las que de repente todos los columnistas y comentaristas estaban de acuerdo en culpar a nuestros políticos de lo que, desde mi punto de vista, no eran errores puntuales, sino producto de un diseño defectuoso de nuestro Estado. Y te pongo un ejemplos: la renovación del poder judicial. Se suele culpar a los políticos actuales por su incapacidad de ponerse de acuerdo, y esto es cierto. Pero nadie señala la incongruencia de que la forma de renovarlo sea poniéndose de acuerdo dos partidos políticos. El problema no es que estos políticos no se pongan de acuerdo, sino la forma en que se ha diseñado una institución fundamental en el funcionamiento de nuestro Estado. Igual que no necesitamos que PSOE y PP se pongan de acuerdo para tener elecciones cada 4 años, no parece descabellado pensar que tampoco lo necesitamos para elegir un nuevo Consejo General del Poder Judicial, de forma automática y por el criterio que sea, cada seis. Si no se hace, es por un error de diseño. Esto no es culpa de la falta de acuerdo de los políticos de ahora, sino de la falta de previsión de los de antes.
Porque el político, Lucía, tiene una desventaja enorme. Al igual que nosotros, ellos se mueven a ciegas. La diferencia es que ellos lo hacen en público, a la vista de todos. No tienen la opción de dar marcha atrás y pensarlo de nuevo. Ya los hemos visto. Esta tarea, Lucía, es terrible. Y no todos podemos hacerla. Todos sus errores son públicos. ¿Seríamos capaces de soportarlo? No conocen el futuro, por lo que deben avanzar tanteando, intentado tomar la mejor decisión posible con los datos que tienen, a veces inconexos, a veces contradictorios. Tienen que conjugar los intereses de todos los implicados, para que las decisiones sean vinculantes y las acciones coordinadas. Deben, en definitiva, buscar acuerdos y compromisos que nos hagan más fuerte como colectivo, y lo hacen confiando en el instinto, en que hay que tomar una decisión y esta parece la correcta … como todos nosotros. Y precisamente, porque su tarea es tan importante, les perdonamos que cometan errores. Les damos segundas y terceras oportunidades, porque sabemos lo importante y compleja que es su función.
Y también por eso es tan difícil para mi escribir, hoy, esa defensa de los políticos. Porque el error que han cometido esta semana, a la vista de todos, es imperdonable. Lo indignante de la cena del fin de semana no era esa suerte de remake patrio del pues que coman pasteles, que se suele poner en boca de Maria Antonieta cuando le vinieron a avisar de que el pueblo que estaba haciendo la revolución francesa lo hacía porque no tenían pan para comer. No, lo realmente indignante es que, al ir a esa gala, al estar allí celebrando, al sentarse a cenar, al tomarse unas copas tranquilamente, al charlar con los compañeros de mesa… nos hacían más débiles. Resquebrajaban los vínculos que nos unían y nos recordaban que ellos, los que allí estaban, todos, da igual la excusa que tuvieran para estar, no forman parte de este nosotros que no puede verse, no puede tocarse, no puede abrazarse ni besarse con los que ama. Y eso, Lucía, es imperdonable.
Al mismo tiempo que cenaban, en Vallecas desalojaban a una familia con tres niños, que se quedaban en la calle. Si de verdad quieren que nos creamos que de esta salimos juntos, deben comportarse como si, en realidad, estuvieran con nosotros.
Un fuerte abrazo, Lucía.
Puedes escuchar la columna en este enlace.
Columna del 29/10/2020 en La Contraportada.
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